La producción lechera en Jobabo, un asunto complejo agudizado en los últimos dos años, registra más retrocesos que avances e incumplimientos reiterados. Las causas son múltiples: sequía prolongada, problemas genéticos, carencia de insumos, menor asignación de recursos a la rama pecuaria que a la agrícola, alta mortalidad animal, robo y sacrificio ilegal, indisciplinas, manejo deficiente del rebaño y planificación ineficiente… a lo que se suman los reiterados y prolongados impagos, que se han extendido por trimestres completos, principalmente este calendario que está al concluir. La falta de remuneración oportuna por un producto que tanto sacrificio genera desalienta profundamente, y obliga a los ganaderos a buscar fuentes de ingresos para el sustento familiar.

En los últimos tres años se han invertido cientos de miles de pesos en la instalación y funcionamiento de puntos de leche fría, es decir, termos refrigerados para facilitar la conservación y dar mayor flexibilidad a los productores en los horarios de entrega, sin embargo, su funcionamiento no ha sido el más adecuado ni en todos los puntos ha existido un ordenamiento que realmente deje satisfacción a los ganaderos.
Ese dinero no pagado a tiempo —en violación de contratos y numerosas normativas— por la Empresa Láctea de Las Tunas, se convierte además en una odisea para las cooperativas, que deben gestionar su retiro bancario con grandes dificultades en un contexto donde escasea el efectivo y el grueso de los campesinos no hacen mucho con el dinero ¨almacenado¨ en tarjetas.
Aún existe entre algunos decisores y parte de la población cierta alarma ante la caída sistemática de la producción y, sobre todo, de la entrega a los destinos comerciales establecidos. Si bien reconocen el problema de los impagos y el resto de las causas, concentran el 90% de sus enfoques discursivos en culpar casi exclusivamente al campesino, quien pasa noches enteras vigilando el ganado y jornadas completas entre el ordeño, el pastoreo y el olor a estiércol.
Trabajar con reses, según quienes conocen el oficio, no tiene precio. Es un trabajo física y psicológicamente desgastante. Por eso, menos de un tercio de los tenedores de tierra se dedican a la ganadería aquí, y no pocos han claudicado.
Y sí, del mismo modo que cualquier trabajador urbano se altera cuando no recibe su salario a tiempo o cuando debe pasar semanas tratando de cobrarlo en el banco —como ocurre estos días—, los impagos que sufren los productores pecuarios de Jobabo también golpean directamente su bienestar familiar.
En reiteradas reuniones y espacios de análisis donde se reconocen estos impagos, tras arengas triunfalistas prácticamente solo se permite a los presidentes de cooperativas quejarse “un poco”, para luego insistir: nada justifica el desvío de la leche (la que se vende en modo extraoficial por la calle). Polémico, ¿verdad? Se justifica aún menos que una entidad comercializadora que recibe la leche —parte de ella subsidiada y destinada a las bodegas—, y a la que el gobierno entrega el dinero, no traslade ese pago de manera inmediata a los productores pecuarios. La misma entidad que le debe a los campesinos no les fía los costosos productos que oferta, mucho menos en la bodega, la farmacia, las Mipymes y los propios trabajadores ocasionales que contratan para apoyarles en las labores de la finca.
Tampoco se justifica que, tras tantos reajustes inflacionarios de precios en el sector agropecuario y otros, una res en pie valga hoy menos que un cerdo mediano. Eso tampoco estimula. No obstante, cuando los ganaderos son atendidos debidamente, la diferencia se nota: responden. Y los decisores lo saben.
Es un problema estructural y multidimensional que no necesita más reuniones, ni más quejas de campesinos o presidentes de cooperativas, ni más llamados a la “comprensión”. Mucho menos requiere más tiempo para entender que se necesitan soluciones concretas: pago oportuno, atención real y cambios en políticas obsoletas de gestión agropecuaria y comercial.



