Más allá de los apagones y las adversidades que desafían la cotidianidad, late un pulso constante en los tabaqueros de Jobabo que ni la más densa oscuridad ni el sofocante calor logran detener las manos que dan vida al emblemático puro. Su laboriosidad es un acto de resistencia y necesidad, una muestra palpable de que la voluntad humana puede con todo.
Envueltos en el aroma picante de la hoja torcida, no son simples colegas; son una familia unida por el oficio y la perseverancia. El ritmo hipnótico de las chavetas repicando sobre las tablas marca la cadencia de su tenacidad, un sonido que se impone al silencio de los generadores. No se rinden. Están siempre ahí, forjando con paciencia y orgullo, entre sombras y luces intermitentes, el patrimonio vivo de una tierra que se niega a dejar de trabajar.














