Prácticamente todo proceso de la vida social lleva una hora exacta para comenzar a desarrollarse, sin embargo, convivimos en un mundo que venera la velocidad, pero practica la tardanza.
La puntualidad se ha convertido en un termómetro social que mide algo más profundo que la gestión del tiempo: mide el respeto hacia los demás. Lo que algunos disfrazan bajo el eufemismo de “tiempo flexible” o “impuntualidad crónica” no es sino la manifestación de una creciente crisis de consideración hacia nuestros iguales.
El problema está en llegar a la hora pactada, incluso existen quienes aplican una técnica llamada el síndrome de los 30 minutos, simplemente si la cita para una reunión es a la 8:00 AM llegas a la 8:30 AM, así estarás llegando a tiempo y además te ahorrarás la espera, esto lo han aprendido unos cuantos por las experiencias en el asunto.
Lamentablemente, aunque muchos desconozcan dicha técnica llegan a las reuniones minutos tarde enviando un mensaje no verbal tan claro como contundente: “Valoro poco el tiempo de los demás”. Esta actitud, que se ha normalizado peligrosamente, erosionando los cimientos de la confianza y la eficiencia que sostienen cualquier sociedad funcional.
La tardanza de muchos afecta significativamente la eficacia de unos pocos resignados a esperar, lo cual trae como consecuencia la ruptura en procesos de la vida personal y profesional de aquellos que llegan a tiempo; asuntos laborales que continúan, aprovechamiento del fluido eléctrico, la recogida de los niños en la escuela y comparar alimentos enlistan dicha planificación.
La puntualidad no es una obsesión de mentes rígidas, sino la expresión tangible de que valoramos a las personas con las que nos relacionamos. Es la materialización del “tu tiempo importa” en un mundo donde el tiempo se ha convertido en nuestro bien más escaso y preciado.
Recuperar el valor de la puntualidad no requiere de aplicaciones más sofisticadas ni de agendas más abarrotadas, sino de un ejercicio básico de empatía: ponerse mentalmente en el lugar de quien espera. En la era de la hiperconectividad, donde podemos avisar nuestra tardanza con un mensaje, la impuntualidad sin justificación se vuelve aún más imperdonable.
Por tanto, ser puntuales debe convertirse en un ejercicio diario como una muestra de respeto hacia los demás y una herramienta para el éxito personal y profesional.



