Para los jobabenses la relación con el agua siempre ha sido un vaivén entre esperanza, resistencia y escasez. Los ciclos de sequías prolongadas, seguidos por lluvias que se evaporan o escurren sin aprovechar, es una constante que hoy se ve agravada por una degradación constante y alarmante del manto freático.
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No es simple estadística; es una crisis que se ve en los pozos secos de zonas que hasta hace unos años tenían fertilidad y aliviaban la inestabilidad de un servicio por la red que se tambalea (de siempre) entre sequías, roturas, falta de inversiones, ineficacia de estrategias institucionales y mucha pasividad en la toma de decisiones en momentos críticos.
Continuar con prácticas pasivas, esperando que la naturaleza resuelva el problema, es un lujo que ya no puede permitirse. Para algo está la ciencia y suficientes experiencias en un entorno global que podemos adaptar en estos contornos.
Debemos cambiar el paradigma. Tradicionalmente, el manejo del agua de lluvia ha sido “sacarla lo más rápido posible” de un estanque, acumularla en represas y a nivel familiar, llenar unos cuantos recipientes. Este enfoque, si bien resuelve una parte de problema de forma temporal, es contraproducente en un territorio que ya pudiera calificar como semiárido.
La solución estratégica pudiera ser convertir a Jobabo en una esponja. Sí, parece de ficción pero, no, es ciencia aplicada y a largo plazo tendría un impacto multidimensional, no sólo para el consumo comunitario sino para el consumo económico. En lugar de dejar que el agua se evapore o inunde y luego se pierda, debemos diseñar nuestro entorno para que la naturaleza , con un empujón, la capture y la dirija de vuelta a la tierra, recargando activamente el acuífero del que depende la mayor parte de la población.
¿Cuáles son las alternativas más viables en un contexto económico como el de Jobabo?
La alternativa más Ancestral y accesible son las zanjas de infiltración o “trincheras filtrantes”, viables, de bajo costo y de recarga masiva.
Su principio es simple: se trata de excavar zanjas en puntos estratégicos como los bordes de caminos, linderos, laderas suaves, terminales de arroyos y alcantarillados pluviales, y rellenarlas con piedras de diferentes tamaños. Estas estructuras no requieren de maquinaria compleja ni materiales importados; pueden construirse con esfuerzo institucional y apoyo comunitario, todos recursos locales.
¿Por qué las zanjas son ideales para retener agua en Jobabo?
La efectividad de las zanjas reside en que aumentan drásticamente el tiempo de contacto entre el agua y el suelo. Durante una lluvia, el agua que normalmente correría velozmente, erosionando los suelos, es capturada en estas zanjas y se ve forzada a infiltrarse lentamente, gota a gota, en el subsuelo. Este proceso no solo recarga el acuífero, sino que humedece la tierra a su alrededor, beneficiando la vegetación local y creando micro-entornos que aporten fertilidad a los pozos.
Otra alternativa de bajo costo son los jardines de lluvia comunitarios. Consisten en crear depresiones poco profundas en áreas comunes, plantarlas con especies nativas resistentes y dirigir hacia ellas el agua de los techos de edificios públicos o de calles. Es cambiar esa tradicional jardinería urbana que hacemos soportada sobre montículos de tierra por áreas que sean bajas y de acumulación de agua, que también pudieran combinarse con pequeñas trincheras filtrantes para evitar la acumulación en caso de aguaceros continuos.
Por otro lado, para entornos semirrurales y rurales, o espacios urbanos más abiertos, pudieran implementarse los pozos infiltración y los pozos de inyección, ambos con costos muy modestos y una alta efectividad en la recogida de esa agua de lluvia que perdemos, la que corre por calles y potreros, y que podemos dispararla directamente al subsuelo a mayor velocidad.
Esto sería no solo una buena medida para enriquecer el manto con más agua, sino para mejorar la calidad de la que tenemos en determinadas zonas donde por su alta salinidad y concentración de sustancias naturales se hace imposible hoy su aprovechamiento masivo. Es por ejemplo, lo que pudiera favorecer a los pozos infértiles de los asentamientos del sur del municipio, en comunidades como El Aguacate, El Almendro y La Caridad, o en zonas muy secas como Las Macaguas.
El poder de esas pequeñas cosas y la suma de acciones dispersas podrían en mediano y largo plazo dar otra vida al manto. El éxito de esta estrategia no reside en una obra faraónica que se sabe no hay ni recursos ni dinero, sino en la multiplicación de cientos de pequeñas intervenciones bien coordinadas y con liderazgo político, institucional y científico.
La implementación de estas soluciones puede ser el eje de un proyecto de desarrollo local que movilice más allá de reuniones para atender crisis temporales, y se defina en lo estratégico que es hacer para solucionar problemas de manera radical en el futuro. Y para esto no se necesitan tecnologías, ni autorizaciones burocráticas, mucho menos remilgos decisorios, sí voluntad política y administrativa, liderazgo movilizativo y beber de la inteligencia popular.