Cada 20 de octubre, un sentimiento colectivo y palpable recorre de oriente a occidente la isla de Cuba. No es solo el recuerdo de un hecho histórico; es el renacer de un orgullo profundamente arraigado, un espíritu de pertenencia que se fortalece al evocar el día en que la cultura nacional encontró su voz propia. Ese orgullo es el legado vivo que heredamos de los bayameses de 1868, un tesoro intangible que nos define como nación.
Este orgullo nace de la conciencia de un origen glorioso y rebelde. Saber que nuestro himno nacional, símbolo de cubanía, no nació en un salón de protocolo, sino en el calor de la lucha independentista, es fuente de un inmenso honor. Aquellas primeras notas del “Himno de Bayamo”, cantadas por un pueblo enardecido, representan el momento exacto en que dejamos de ser colonia para empezar a soñar.
Ese fervor se siente con particular fuerza en la heroica ciudad de Bayamo, donde el tiempo parece detenerse para celebrar la hazaña. Ver a los niños con sus pañoletas, a los artistas con sus tradiciones y a todo un pueblo congregado en la Plaza del Himno es presenciar cómo el orgullo se transmite de generación en generación. Es la confirmación de que aquel acto de valentía no fue en vano, sino que germinó en la identidad de cada cubano.
Más allá de Bayamo, el 20 de octubre es una fecha que une a toda la nación en un sentimiento común. Desde el Cabo de San Antonio a la punta de Maisi, en cada escuela, centro de trabajo o parque, los cubanos se reconocen en esa historia. Es un día para exaltar lo nuestro: nuestra música, nuestra danza, nuestra literatura y ese carácter resiliente y alegre que nos distingue en el mundo.
El orgullo se multiplica al comprender que nuestra cultura es el resultado de un mestizaje vibrante. Es el orgullo de ser herederos de españoles, africanos y asiáticos, forjados todos en el crisol de la cubanía. La cultura que celebramos es tan diversa y rica como nuestro pueblo, y este día es un recordatorio de esa mezcla única que nos hace quienes somos.
Este sentimiento también es un compromiso. Llevar con orgullo el ser cubano implica ser guardianes de nuestras tradiciones, defensores de nuestra soberanía y continuadores de la obra de aquellos próceres. Es un orgullo que no se limita a la contemplación, sino que se traduce en acción, en el empeño diario por contribuir al desarrollo y al bienestar de la patria.
En un mundo globalizado, donde las identidades pueden diluirse, el Día de la Cultura Nacional Cubana se erige como un bastión de nuestra memoria colectiva. Es una razón para afirmar con fuerza quiénes somos y de dónde venimos. Un cubano puede sentirse orgulloso de que su cultura haya sido capaz de resistir y florecer, manteniendo su autenticidad y su fuerza a través de los siglos.
El 20 de octubre es la confirmación de que el orgullo de ser cubano no es un sentimiento fugaz, sino una condición permanente. Late en el corazón con cada interpretación del himno, vibra en la música que bailamos y se expresa en la calidez de nuestra gente. Es el orgullo de una nación que, contra viento y marea, sigue cantando su himno con la misma pasión con que lo hicieron aquellos patriotas, porque en cada verso sigue viva la promesa de una patria libre, soberana y culturalmente propia.



