Voz de Historia y Tradiciones 92.1 FM de Jobabo
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Dolor que no cesa

La herida abierta en el corazón del Caribe. El 6 de octubre de 1976 no es una fecha cualquiera en el calendario de Cuba. Es una cicatriz que permanece abierta, un luto que se renueva con cada aniversario. Ese día, un vuelo comercial de Cubana de Aviación, el CU-455, que unía a Barbados con Jamaica y La Habana, fue convertido en una trampa mortal en el cielo, segando las vidas de 73 personas inocentes. No fue un accidente; fue un acto de terrorismo meticulosamente planificado.

 

La mano ejecutora y sus cómplices. Las investigaciones, tanto cubanas como internacional, demostraron de manera irrefutable la autoría material e intelectual del atentado. Los terroristas de origen venezolano Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, con un extenso historial de acciones violentas contra Cuba, planificaron y ejecutaron el doble atentado con bombas. Estos individuos no actuaban como lobos solitarios; eran instrumentos operativos de una maquinaria más grande y siniestra.

 

El sello de la CIA y el respaldo impune. Documentos desclasificados y testimonios abrumadores, incluidos los del propio Posada Carriles, han expuesto el vínculo directo de estos criminales con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). La sombra protectora del gobierno estadounidense, que durante años les brindó entrenamiento, recursos y, lo más infame, impunidad, convierte a Washington en cóplice necesario de este crimen de lesa humanidad.

 

Un objetivo político claro: sembrar el terror. La elección de un avión civil no fue casual. El objetivo trascendía las víctimas inmediatas; era un mensaje de terror dirigido a toda la nación cubana. Buscaba desestabilizar, aterrorizar a la población y estrangular los lazos internacionales de la Isla. Fue un ataque calculado para quebrar la moral de un pueblo que había decidido ser soberano, un acto de guerra no convencional camuflado bajo la cobardía del terrorismo.

 

El rostro humano de la tragedia. Detrás de la cifra fría de 73 muertos, hubo 73 historias truncadas. Los 57 cubanos a bordo eran, en su mayoría, jóvenes integrantes del equipo de esgrima que acababan de coronarse campeones en el Centroamericano de Venezuela. Eran atletas, sueños olímpicos, hijos y hermanos. También murieron 11 jóvenes estudiantes guyaneses y 5 ciudadanos norcoreanos. El crimen no solo arrebató vidas; destrozó familias y cercenó el futuro promisorio de una generación.

 

El duelo de un pueblo que resiste. El dolor que infligió Barbados no ha menguado en la conciencia colectiva cubana. Es un dolor que se transmite de padres a hijos, un luto patrio que se honra en escuelas, plazas y memoriales. Ese dolor, sin embargo, no se tradujo en sumisión. Por el contrario, se fundió con una rabia digna y una determinación inquebrantable: la de no ceder jamás ante el chantaje terrorista.

 

La impunidad como continuación del crimen. La protección que durante décadas recibieron Bosch y Posada Carriles en suelo estadounidense, donde uno murió en libertad y el otro nunca fue juzgado por este hecho específico, es la prueba viviente de la doble moral que rige la política exterior de Washington. Hablar de lucha contra el terrorismo mientras se ampara a terroristas confesos es un cinismo que profundiza la herida y niega toda posibilidad de justicia para las víctimas.

 

Barbados en el contexto de la resistencia. Este crimen no es un hecho aislado. Es un eslabón más, particularmente sangriento, en la larga cadena de agresiones que componen la política imperialista contra Cuba. Desde la invasión de Playa Girón hasta el recrudecimiento del bloqueo económico, pasando por incontables intentos de asesinato y sabotajes, el terror de Barbados se inscribe en una estrategia continua de hostilidad destinada a doblegar la soberanía de la Isla.

 

La memoria como trinchera de dignidad. Para Cuba, recordar el crimen de Barbados es un acto de justicia histórica y de defensa propia. La memoria de aquellos jóvenes esgrimistas se ha convertido en un símbolo de la resistencia nacional frente a la agresión externa. Mantener viva la verdad sobre lo ocurrido es desenmascarar a los verdugos y a sus patrocinadores, es una trinchera ideológica desde la que se defiende el derecho a existir como nación libre.

 

La lección perdurable: no claudicar. A casi cinco décadas de la explosión en el cielo de Barbados, el mensaje que perdura no es el del terror, sino el de la resiliencia cubana. El crimen, en su brutalidad, fracasó en su objetivo fundamental. No quebró la Revolución, no silenció al pueblo. Por el contrario, se erigió como un testimonio brutal de los extremos a los que puede llegar el imperialismo, y como un recordatorio eterno de por qué Cuba sigue en pie, defendiendo su derecho a la paz, a la soberanía y a un futuro sin amenazas.

Cabaniguán Redacción
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Equipo de redacción y gestión web en Radio Cabaniguán: Emisora Municipal de Jobabo. Voz de Historia y Tradiciones.

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